Fragmento

Presentación

El pasado mes de junio de 2012, en los días 9 y 10, tuvimos la oportunidad maravillosa de participar en el 1er Congreso de Maternidad Multitarea, organizado por Azucena Caballero y Mireia Long. En él nos reunimos una buena cantidad de personas para hablar, reflexionar y aprender en torno a las mujeres y hombres que hoy, en pleno siglo XXI somos. Sobre “cómo conciliar nuestros anhelos, deberes y derechos”, sobre la complejidad de la maternidad (y la paternidad), sus múltiples facetas y aspectos. Sobre cómo empoderar y dotar a la mujer (y al hombre) de herramientas con las que encarar de forma eficaz sus vidas y sus destinos.
Lo que vais a leer a continuación es lo que constituyó la base de la  ponencia que yo misma presenté en este congreso, ampliada, completada y “remasterizada”.





Roles femeninos

Aunque hasta bien entrada mi adolescencia no conocí el significado de la palabra “rol”, desde muy pequeña crecí siendo consciente del papel que me tocaba desarrollar en la vida. Aunque, como explicaré más tarde, en mi familia (que alguien dijo que, para bien o para mal, es el lugar en el que crecemos y aprendemos la mayoría de las construcciones mentales y sociales que vamos a utilizar en la vida adulta) se veían dos líneas muy diferentes, dos vías o caminos a seguir en la vida, claramente diferenciados. Ya con cuatro o cinco años, comprendí esto de manera intuitiva. No es más que desde la perspectiva que puedo tener ahora de ello, a mis 41 años y tras mucho tiempo de estudio dedicado al funcionamiento de las familias en general (y a la mía en particular) que estoy siendo consciente de todo ello.
He tenido la gran suerte de ver a mi familia bajo el prisma de dos generaciones que crecimos y fuimos criados y educados de manera muy diferente. Mi hermano y mi hermana nacieron en la década de los 50, hijos de unos padres muy jóvenes (de veintipocos años), recién casados, que tenían toda una vida por delante de planes el ilusiones. Yo nací en el 71, en una época en la que la sociedad comenzaba a cambiar a pasos agigantados, que entró de lleno en una Transición política que tuvo cambios y efectos a muchos niveles en la población.
He podido criarme en lo alto del muro que ha hecho de separación de la sociedad que fuimos antes de la Transición que vivió nuestro país, a caballo de una época y otra, con un pie colgando en el tiempo del “antes” y otro pie en el tiempo del “después”. Esto, descubro ahora que no tiene precio. Es un tesoro del que yo me pude beneficiar y que hace que yo sea ahora mismo la persona que soy, de la manera en que precisamente soy.
Pero no vamos a adelantar acontecimientos.
De niña, me encantaba leer. Leía todo lo que caía en mis manos: cuentos, novelas infantiles, comics… Crecí con “Los cinco” y con “Mortadelo y Filemón”. Muchos fueron mis héroes infantiles: Marco, Heidi, Mazinger Z, Zipi y Zape, los cuentos clásicos, Carpanta, Rompetechos, Pepe Gotera y Otilio… y Mafalda.
Mafalda era una niña un tanto extraña que se comportaba como una persona mayor. Bueno, era más madura incluso que los adultos que salían en sus historias y sus reflexiones eran de una profundidad que asustaban. Yo desde luego, tenía muy claro que de mayor no quería ser como aquellos adultos sosos y un poco “cortos mentales” que salían en sus historias. Yo quería ser como Mafalda, una niña con unas miras muy altas. Mafalda tenía unos cuantos amigos que poblaban sus historias. Una de sus amigas era Susanita. Susanita era una niña un poco ñoña, jugando siempre con muñecas, carritos, cosas de niña y que tenía muy claro qué era lo que quería ser de mayor: Susanita, por encima de todo, quería lograr el amor y “tener hijitos”.
Yo aquí tenía el corazón dividido. Porque en las historias, Susanita era un personaje tratado claramente con cierto deje “despectivo”, como si una niña que juega con muñecas y desea la maternidad por encima de todo para su vida adulta tuviera que ser a la fuerza un ñoña e insulsa. Porque en el fondo yo también tenía ese anhelo de, algún día, ser madre y compartir con alguien ese deseo de “tener hijitos”. Me gustaba jugar con mis muñecas, tenía un carrito en el que paseaba a mis bebés con orgullo… Los juegos de imitación de la vida adulta llenaban mis días y me lo pasaba muy bien en ellos.
¿Por qué de adulta no podía ser yo como Mafalda y Susanita todo a la vez? ¿Por qué no podía ser una mujer, madre de familia, con un trabajo y una vida intelectual que me llenase?
El rol de la mujer estaba cambiando en aquella época. La mujer comenzó a pasar de ser el pilar de la economía desde el trabajo en la casa, criando a la prole y preparando el camino al marido que era el “sacrificado” que de los dos salía de casa a trabajar durante largas horas de la jornada, perdiéndose tantos momentos de la vida hogareña y del crecimiento de los hijos, a ser un segundo rol masculino en la familia, que sale igualmente de casa temprano por la mañana para trabajar para terceros durante prácticamente todo el día, por un sueldo que ayuda al mantenimiento del nivel de vida familiar o al pago de la hipoteca.
Todo este cambio no se dio de un día para otro. Fue ocurriendo muy lentamente y ha tardado varias décadas en asentarse y ser el modo “normal” de funcionamiento en las familias, hasta la actualidad que está perfectamente normalizado y asentado.
Lo que siendo niña me preguntaba de forma intuitiva, cómo integrar lo que tenía Mafalda de bueno y lo que tenía Susanita, hoy en día me doy cuenta de que no es más que una dicotomía, una “ilusión de alternativas” que le llamaríamos los terapeutas sistémicos.
A veces en la vida parece que sólo tenemos dos caminos: A o B y hay que elegir, a veces con sacrificio y sufrimiento, por uno o por otro.
Esto en sí es una paradoja, sobre todo cuando ambos caminos, A y B pueden ser positivos y pueden ser fácilmente compatibles. Si miramos bien, vemos que esta dicotomía no es más que una falsa ilusión, como en esos cuadros en los que hay que ponerse más atrás para poder apreciar el dibujo realizado con miles de puntitos aparentemente inconexos. Tomamos distancia y de repente, un pequeño milagro ocurre ante nuestros ojos sorprendidos, el cuadro impresionista de nuestra vida de repente nos ofrece mil alternativas diferentes que podemos tomar y de las que podemos nutrirnos. Y entonces “A o B” cambian y se transforman en “A, B, C… y todas las que se nos ocurran a continuación”.
Y en ese camino estamos quienes nos reunimos aquel 9-10 de junio en el Aula Magna de la Universidad Politécnica de Gandía, en el de buscar otra u otras alternativas distintas a las que nos ofrece nuestra querida sociedad para lograr conciliar nuestras vidas laborales con nuestro deseo natural y ancestral de “tener hijitos”, criarlos con presencia, y vivir el amor dentro de una pareja cómplice que comparte todos (o casi todos) los aspectos de su vida.

Mónica Álvarez Álvarez




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